Nuestro Carisma

Un encuentro personal con Cristo

Es  fundamental  en  nuestra  vida  el  encuentro  personal  con  Cristo.  Un encuentro  que  ilumina  la  vida  con  una  nueva  luz, nos conduce  por  el  buen camino  y  nos  compromete  a  ser  sus  testigos.  Con  el  nuevo  modo  que  Él  nos proporciona   de   ver   el   mundo   y   las  personas,   nos   hace   penetrar   más profundamente en el misterio de la fe, que no es sólo acoger y ratificar con la inteligencia   un   conjunto   de   enunciados   teóricos,   sino   asimilar   una experiencia,  vivir  una  verdad.  Jesús  es  la  esencia del Cristianismo,  Él  es  el camino,  Él  es  la  verdad,  Él  es  la  vida.  Su  persona  salvadora  es  la  esencia  de su propio mensaje. Los apóstoles vivían y anunciaban esta experiencia, lo que  hemos  visto  y  oído‖.  Vivían  y  encarnaban  lo  que  sus manos  habían tocado‖, y esa verdad, esa experiencia compartida junto a Jesús era lo que los mantenía firmes frente a las dificultades que el mundo les imponía.

Una historia personal de amor

Por eso nuestra vida de fe, nuestra espiritualidad no es más que la historia de amor  con  una  persona  que  amamos.  Nos  sentimos reflejados  en  el  diálogo entre Jesús resucitado y Pedro, donde todo se resume en una pregunta y una respuesta  de  amor:  ―¿Me amas?‖  Sentimos  que  nuestra  historia  es  una búsqueda  constante  y  cotidiana  de  responder  a  esa  pregunta;  pregunta  que me individualiza y por la cual nadie puede responder sino solamente yo.

Experiencia del amor incondicional de Dios

El  mensaje  central  de  nuestra  espiritualidad  es  la  sencilla  realidad  del  amor incondicional de Dios. Dios ama y ama más allá de las fronteras, más allá de las  miserias  y  las  oscuridades  propias,  más  allá  de  la  muerte,  de  la  vida, de los   poderes, más allá de todo.   Esta   certeza   desbarata   los   parámetros humanos.  Nos  obliga  a  considerar  la  locura  de  la  cruz  bajo  una  óptica diferente. La experiencia del Amor de Dios produce en quien la experimenta el deseo de seguirlo y amarlo. Cuando alguien nos ama al extremo nos ama sin medida como Dios nuestra vida se transforma en respuesta desinteresada a ese amor. La realidad de los amantes es la que queremos vivir en nuestra vida de fe.

Abrazar el mundo con un corazón casto

Si  bien  no  pertenecemos  al  mundo y  esta  verdad  no  puede  perderse  nunca de  nuestra  vista estamos  en  el  mundo. Nuestra  vida  de  fe  no  puede  estar  al margen  de  nuestra  cotidianeidad.  La  fragmentación  a  la  que  la  hemos sometido  nos  lleva  a  dividir  como  compartimentos  estancos  nuestra  propia vida cotidiana y lo referente a la fe. Jesús, por el contrario, cruza de punta a punta nuestra realidad otorgándole una nueva luz y sentido. Nuestra vida no puede  ser  el  mismo  antes  y  después  de  Cristo.  La  vivencia  de  Jesús,  de nuestra espiritualidad, se encarna en lo cotidiano y ordinario. La imagen bella de  poder  abrazar  al  mundo  con  un  corazón  casto,  un  corazón  capaz  de abrazarlo   sin   prostituirse,   nos   puede   acercar   a   la   espiritualidad   que profesamos.  Cristo  viene  a  otorgarnos  vida,  no  sólo  al  morirnos,  sino  aquí  y ahora.

El apostolado

No   es   casual   que   el   apostolado   ocupe   un   lugar   central   en   nuestra espiritualidad.  No  se  puede  entender  nuestra  obra  sin  verla  a  través  de  los ojos  de  quien  lleva  el  mensaje  liberador  de  Jesús  a  los  demás.  Este  mensaje no  puede  ser  guardado,  es  posta  que  se  recibe  y  se  reparte.  Como  en  la multiplicación de los panes estamos invitados a entregar nuestros cinco panes y  dos  peces  para  que  con  la  fuerza  del  amor  de  Dios  se  multipliquen  en  el mundo.

Los preferidos de nuestro apostolado

Si  bien  el  mensaje  de  Cristo  es  universal  y  tiene  que  llegar  a  todos  sin exclusión   sentimos   una   preferencia   hacia   los   más   pobres   espiritual   y materialmente   hablando.   Cuando   hablamos   de   los   pobres   espirituales hablamos  en  primer  término  de  nosotros,  por  serlo,    de  todos  los  de  corazón endurecido, los pecadores empedernidos, los que arrastran a otros al pecado, al  error  o  la  confusión,  los  ateos,  los  que  están  deprimidos  y  turbados,  los débiles,  los  ignorantes,  los  que  no  conocen  a  Jesús,  los  rechazados,  los heridos y quebrados afectivamente y todos los que sienten que no encuentran lugar en la Iglesia. El ecumenismo respetuoso y dialógico también forma parte de nuestro trabajo apostólico.

La maternidad espiritual

Toda  nuestra  espiritualidad  se  sintetiza  en  lo  que  llamamos  la  maternidad espiritual de María. Ésta consiste en tres aspectos fundamentales:Ponerse  en  manos  de  María,  recibiéndola  en  nuestra  vida,  y  abriéndole  el corazón para que lo habite y así imitarla como discípula de Jesús y ejemplo de virtud,  pero,  sobre  todo,  para  que  ella  nos  ayude  a  que  Cristo  se  forme  en nosotros,  siendo  ella  el  molde  perfecto  en  cuyo  seno  creció  y  nació  el  Señor. Concretamos  esta  entrega  en  una  consagración  que  se  realiza  en  algún momento  de  nuestro  camino  dentro  de  la  asociación.  A  través  de  esta consagración  buscamos  ser  más  parecidos  a  Jesús,  más  fieles  a  su  palabra, como María.Dar  a  luz  espiritualmente  a  Jesús  viviendo,  como  María,  un  proceso  de crecimiento en la fe al abrirnos a la acción del Espíritu de Jesús para seguir al Señor,  escuchando  su  palabra  y  poniéndola  en  práctica.  Es  vivir  la  Pascua para  dar  luego  testimonio,  para  entregar  a  Jesús  al  mundo,  como  lo  hizo María al pie de la cruz.Amar de un modo maternal. Como María, queremos ser un reflejo del Dios que ama ―con entrañas de madre‖, que sale a buscar y se da a todos y los recibe en  su  corazón.  Ésta  es  nuestra  experiencia  de  comunidad:  la  experiencia  de una Iglesia que también es Madre, que recibe, cura, consuela, nutre y envía.Esta es nuestra experiencia fundante, el regalo que Jesús nos ha hecho, que descubrimos como don para nosotros y para la Iglesia.

Un camino de santidad

El laico está llamado a ser santo. El mandato de Jesús – Sean perfectos, como su Padre celestial es perfecto – involucra a todos los bautizados. Incorporados a  Jesucristo,  los  bautizados  están  unidos  a  Él  y  a  su  sacrificio  en  el ofrecimiento de sí mismos y de todas sus actividades. Nuestro carisma es el modo  que  encontramos  de  vivir  nuestra  vocación  bautismal  hasta  sus  más profundas consecuencias.

En la Iglesia comunión

Nuestro  bautismo  nos  hace  parte  de  la  comunión  de  la  Iglesia.  Queremos estar  al  servicio  de  esta  comunión,  especialmente  colaborando  con  nuestra Iglesia  local  en  sus  distintas  iniciativas,  tanto  en  la  vida  parroquial  como  en cualquier  otro  tipo  de  actividad.  Experimentamos  un  llamado  especial  a despertar  la  conciencia  bautismal  de  los  cristianos  que  han  olvidado  la riqueza del don que recibieron, a avivar el fuego del amor en tantos hermanos que  necesitan  la  presencia  de  Jesús  en sus  vidas,  esforzándonos  por  llegar  a aquellos  ámbitos  y  personas  que  nuestra  condición  de  laicos  nos  permite alcanzar con mayor facilidad para anunciar también allí el Evangelio.

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