Nuestra historia

El 27 de agosto de 1997, tres amigos, Fer, Tomi y Elisa, volvían de San Isidro a sus casas de Capital y Fer disparó la idea “¿Y si armamos un grupo misionero?”. Hace ya un tiempo que los tres venían buscando un grupo con el que irse a misionar, y no estaban convencidos de quedarse en ninguno. Por eso decidieron armar su propio grupo misionero. Con dieciocho años y cursando el primer año de sus carreras.

Se lanzaban con muy pocos años encima y muchas ganas en el alma a una hazaña desconocida pero tan posible como soñada. El grupo se formó valiente y firme, nuevo por donde se lo mire y arraigado a las ganas de evangelizar que movía a todos sus miembros. Se llamaría Santa María de la Estrella, nombre que surgió de un librito del colegio de Fer y Tomi que había ido a parar a alguna de sus bibliotecas. Pareció adecuado regalarle a ese mar de dudas y miedos una estrella como guía, y darle a esa tripulación improvisada de marineros, una luz en la que confiar.

En diciembre partieron 12 jóvenes a San Martín de los Andes. “Todo lo que se vivió en esa primera misión fue lo que fermentó la forma de todo lo que vino después”. Pero esta afirmación la hizo Fer muchísimos años más tarde. En ese 1998 que empezaba, no había nadie que creyera que esa misión sería el puntapié para un sinfín de actividades futuras. “En ese momento ninguno se imaginaba. Era un grupo misionero, pero nadie sabía cuánto iba  a durar, era más un grupo de amigos que otra cosa”. Y no hubo una sino muchas misiones siguientes.

Se iba haciendo más claro el camino trazado por Santa María de la Estrella en ese pequeño tiempo y apareció en el horizonte de sus oportunidades un nuevo desafío: los retiros. El primero fue un Cenáculo que el colegio Santa María de Pilar pidió que organizaran en 1999 y luego un retiro para universitarios en la casa de ejercicios espirituales Monseñor Aguirre. Parecía buena la idea de llevar el mensaje de Jesús no solo a la gente de pueblos alejados sino también a jóvenes con las mismas condiciones de vida, rutinas similares y costumbres compartidas. Muchos de esos jóvenes resultaron ser también curiosos acerca del mensaje de Jesús y probaron ser grandes transmisores de él en las siguientes misiones. Fue bueno el resultado de los primeros retiros organizados y  se  decidió entonces hacer  también retiros abiertos, a  los  que  pudiera  ir cualquiera. El primero fue en San Isidro, en el año 2001 y lo llamaron “Emaús”. Fue este el retiro de primer encuentro que caracterizaría mucho al grupo en adelante.

Las misiones crecieron en número, así como lo retiros, y hubo que tomar la decisión de dividirse en distintas sedes, para que cada grupo se organizara  mejor.

Apareció gente de Pilar, de San Isidro, de Capital y todos trajeron vientos de cambio y renovación. Se crearon las tres sedes en el año 2002, luego de la misión a Daireaux. Fue este un paso importante en la historia del grupo, ya que estableció las bases de la estructura que hasta hoy en día se mantiene. Por primera vez se nombraron rectores regionales y dejaron de misionar todos juntos; ya  no  compartirían actividades quienes desde el  principio habían estado unidos en todo. Más adelante se sumarían los grupos de Don Torcuato, Nuevos Horizontes, Mercedes y Belgrano. Se creó incluso, en el año 2003, un grupo de adultos a la par del de jóvenes, que también se reconocieron necesitados de la vida en comunidad para caminar las rutas de la fe, y se dispusieron a armar retiros y actividades propias.

“Queridos jóvenes, iluminados por la Palabra y fortificados con el pan de la Eucaristía, están llamados a ser testigos creíbles del Evangelio de Cristo, que hace nuevas todas las cosas”. (Juan Pablo II, Jornada Mundial de la Juventud 1999). Hoy las palabras del Santo Padre y su cariñosa predilección para con los jóvenes nos incitan con fervor a tomar con seriedad nuestro papel dentro de la Iglesia. Creemos que los jóvenes son una pieza clave en la construcción del Reino, por la energía y la pasión que los ayuda a identificarse con Cristo.

“Ustedes son la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad situada en la cima de una montaña” (Mateo 5, 14). Y con tales convicciones en el corazón es que nació hace veinte años Santa María de la Estrella. Como jóvenes y adultos en la fe, creemos que nuestra misión es bien concreta y buscamos con alegría llevarla a cabo. Y no hay juventud más inspiradora para nosotros que la de María, tan entregada, dispuesta y vivaz. Santo Tomás la llamaba “estrella de mar”, porque así como los navegantes se dirigen al puerto guiados por la estrella polar, así también, nosotros los cristianos nos encaminamos a la gloria por medio de María. El grupo comenzó con un sueño, el de crear un canal de evangelización que sirva para los jóvenes de hoy. Y hoy crece como una realidad alentadora y guiada por el Espíritu Santo.

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